miércoles, 25 de abril de 2018

MEDICALIZAR LA VIDA/DESEASE MONGERING I






              Hoy día la salud es un valor en alza al que nadie escapa y que cualquiera con dos dedos de frente persigue. Es una expresión de la cultura del bienestar y a la vez un síntoma de un sistema que no tiene problemas en mercantilizarlo todo, siendo las industrias de la medicina y la farmacia las que tienen la primera y última palabra). Se sabe que una de las mejores estrategias para vender algo es hacer creer que eso es necesario, de ahí que  hacer creer a la gente que tiene una enfermedad o que tiene muchas posibilidades de llegar a tenerla sea un negocio redondo con dos beneficios simultáneos: el lucrativo (muchos millones de dólares de por medio a saber: a finales del siglo XX se estimaba que para mantenerse en el mercado mundial los laboratorios debían lanzar cada año dos o tres productos capaces de superar 1.000 millones de dólares de venta) y el de contribuir a anestesiar a la población inculcándole una enfermiza obsesión por la salud, bajando la tolerancia a cualquier malestar de la vida cotidiana y distrayéndola a la vez de la degradación biológica y civilizatoria a la que el sistema somete al planeta y a sus habitantes.
            Una de las herramientas más efectivas para lograr este cometido es lo que se conoce bajo la expresión  Desease Mongering, definida por el periodista Ray Moynihan como “la venta de una dolencia que ensancha los límites de lo que es enfermedad con el fin de ampliar los mercados para aquellos que venden y aplican los tratamientos. Es un proceso que convierte a personas sanas en pacientes, produce daño iatrogénico y desperdicia recursos valiosos.” Esta expresión tiene su origen en el libro publicado en 1992  por Lynn Payer, “Disease Mongers. How doctors, drug companies and insurers are making you feel sick”,  título que se puede traducir por: “Traficantes o promotores de enfermedades. Cómo los médicos, las compañías farmacéuticas y las aseguradoras te hacen sentir enfermo”, en el que la autora describía unas tácticas para lograr éste cometido, como por ejemplo tomar una función normal del cuerpo e implicar que hay un problema y que debe ser tratada, definir una proporción de la población que sufre de la “enfermedad” tan amplia como sea posible, acceder a los médicos que están dispuestos a participar de la promoción, usar selectivamente la estadística para exagerar los beneficios de un tratamiento, promover la tecnología como una magia que no tiene riesgos o tomar un síntoma común que puede significar cualquier cosa y  hacerlo aparecer como el signo de una enfermedad seria.
            Se trata  de crear un clima de inseguridad mediante campañas que patologízan ámbitos de la vida cotidiana que van desde la fisiología de la mujer (embarazo, parto, menopausia) hasta la calvicie en el hombre o quieren prevenirnos de remotas posibilidades de contraer alguna enfermedad sin un fundamento lógico. Esto es extensible también al ámbito de la psicopatología, como es el caso del déficit de atención, el trastorno bipolar o la timidez (convertida en “trastorno de ansiedad social”).
             Al medicalizar la vida se convierten los conflictos personales o sociales en un problema de ámbito sanitario que debe ser atendido por los profesionales de la medicina y se incapacita a las personas para cuidar de sí mismas, haciendo de ellas actores pasivos en manos de “los que saben”. Salta a la vista que hacer creer a la gente que tiene una enfermedad peligrosa puede ser un negocio redondo, pero además con ello se desvinculan los efectos de la realidad socioeconómica que padece la mayoría de la población de las decisiones de los políticos y gobernantes que deberían cuidar del bienestar de los ciudadanos.

domingo, 15 de abril de 2018

ADICCIONES EN EL SIGLO XXI


Adicciones en el siglo
 XXI





Tener alguna adicción hoy día es algo muy común. Es más, lo extraño es no ser adicto a algo o a alguien. La adicción se puede entender como un estilo de vida dentro de nuestra cultura moderna y sobrepasa con creces el fenómeno de las drogas como hoy las conocemos. El caso es que vivimos en una sociedad que llama a la adicción promocionando valores como el individualismo o la competencia, valores que nos desconectan de los demás, que están muy lejos de fomentar las verdaderas relaciones Yo-Tu y que propician relaciones enfocadas a manipular al otro, en usar a nuestros semejantes como un objeto de consumo, de hecho, la adicción más extendida en nuestros días es el consumo. Esta forma de vivir crea un fenómeno conocido como dislocación social, la gente no acaba de encontrar su lugar, surgiendo crisis existenciales por no encontrarle sentido a la vida. Las crisis las combate la persona con los llamados distractores emocionales, huyendo así de sus verdaderos sentimientos y emociones y manifestándose en una incapacidad para sentir y finalmente en un vacío existencial. Así la adicción está servida porque tratamos de llenar ese vacío infructuosamente  con cualquier cosa, no tiene que ser una substancia de las conocidas usualmente como droga. Cuando hablamos de adicción nos referimos a cualquier substancia o conducta que hace a la persona esclava de sí misma en su cuerpo, en su mente o en su espíritu. El término “adicción” proviene de “a dictio”, referente a aquellas personas que seguían ciegamente (sin control ni voluntad) a un líder. Posteriormente derivó en “addictio” y se refería a aquellas personas que adquirían por deudas la calidad de esclavos (Ramos y Bonet 1991). En definitiva, el adicto es un esclavo de aquello que puede con su voluntad, ya sea una substancia (alcohol, heroína, tabaco) ya sea cualquier comportamiento compulsivo (sexo, compras, juego, pornografía, trabajo…). Ese intento de llenar un vacío existencial se convierte en una bola de nieve que hace que perdamos de vista nuestra intención verdadera: encontrar el sentido de nuestra vida.

Desde la antropología se considera ésta pérdida de sentido de la vida como una deshumanización, por lo que la adicción no es más que un síntoma de este dejar de “ser humano”. Así, en la relación de ayuda con las personas afectadas podemos substituir el manido concepto de rehabilitar (cambio o abandono de conductas adictivas) por el de rehumanizar, una rehabilitación a la que hay que sumar un verdadero encuentro con el sentido de vida (idea tomada de José Luis Cañas, profesor de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid). El adicto asigna a su adicción la fantasía de un sentido, pero esta no es más que una ilusión. Conseguir que la persona se dé cuenta de esto es parte del proceso terapéutico y eso solo puede ocurrir aquí y ahora mediante un retorno a la sensibilización con el propio cuerpo, con las emociones, con sus semejantes y en ultima instancia haciendo una toma de responsabilidad por sus acciones y desprendiéndose del apoyo externo ambiental para recurrir al autoapoyo. En resumen, hacer el camino de retorno del ser deshumanizado al ser humano.